jueves, 10 de mayo de 2012

La Etica en mi vida personal


LA ÉTICA EN EL DIARIO VIVIR
Ética y servicio.


Introducción.
Preguntarse por la ética equivale a preguntarse por el modo de vivir. Ética equivale al modo del comportamiento humano en cuanto a la calidad de dicho comportamiento. Un comportamiento es ético si es bueno, y antiético si es malo. Otra cosa es preguntarse cuándo algo es bueno y cuándo no lo es, pues hay distintos criterios para conducirse en este campo: lo que para unos es bueno, es posible que no lo sea para otros. Por eso la ética ha de basarse en unos principios mínimos, fundamentales y objetivos en los que todos estemos de acuerdo. Son principios asociados a grandes valores objetivos, y que lo son para toda la humanidad. Por ej. la Declaración Universal de los Derechos Humanos, contiene principios objetivos, suscritos por la casi totalidad de los países.
Hoy se habla mucho de ética. Hay ética con apellidos: bioética, ética del deporte, ética profesional, ética política, ética empresarial, etc., pero lo importante es que la vida de todas las personas funcione éticamente todos los días y en todo lo que ellas hacen. Es decir, que en el actuar de cada uno predominen los criterios del bien y de la justicia, y sean esos criterios y valores los que prevalezcan. Comportarse bien en momentos importantes de la vida, igual que aparecer solidario ante algunos sucesos catastróficos divulgados insistentemente en los medios informativos, es probablemente más fácil que comportarse así en lo normal y ordinario de cada momento. No es difícil ser generosos y solidarios ante acontecimientos extraordinarios e impactantes de la vida, pero no es tan fácil permanecer fiel, justo, delicado, bondadoso y solidario durante todos los días de nuestra vida, entre la gente que nos es más próxima, cuando no suceden acontecimientos extraordinarios.
Nos referiremos en este tema a esa ética de todos los días, una ética que tiene que ver con la vida común y corriente, pero que es la que nos lleva y prepara a vivir la vida de una manera llena de sentido. Es una ética que marca todo un estilo de vida, un modo de ser que se hace habitual en la persona que la practica, y gracias a la cual, dicha persona actuará siempre de una manera justa y recta que le es como connatural. Cuando la persona que vive un estilo de vida así, se separa de su línea directriz porque actúa de una manera no acorde con esos principios y valores que son fundamentales para ella, se siente mal consigo misma. Ese sentimiento de malestar equivale a lo que llamamos la voz de la conciencia, que es como la internalización de la ética.

Ética y felicidad.

Vivir de acuerdo a valores fundamentales, que están insertos en el corazón de cada uno, contribuye a la felicidad de las personas. Es falso creer que el que vive de acuerdo a unos valores éticos labra su propia infelicidad puesto que no haría lo que él quiere sino lo que le está impuesto por las normas. Eso es tener un concepto muy pobre y errado de la ética y de la propia libertad. Se puede amargar la vida la persona que es reprimida, impedida para la espontaneidad, incapaz de expresar sentimientos y quereres, poco libre, de baja autoestima y asertividad, pero eso no tiene nada que ver con la ética. No podemos confundir la vida de quien vive lealmente, de acuerdo a sus valores y compromisos, en forma autónoma y adulta, con la vida de una persona neurótica, reprimida, de moral heterónoma, inmadura e infantil, incapaz de la propia autonomía y autodeterminación.

La ética tiene que ver con valores y principios fundamentales a los que la persona moral se abraza libremente con toda su alma, vida y corazón. Ser libre significa ser capaz de tomar decisiones en forma responsable, y saber responder tanto de los éxitos como de lo fracasos consecuencia de esas decisiones. Ser libre significa saber discernir adecuadamente las realidades que nos presenta la vida, y elegir consecuentemente ante las distintas opciones y alternativas, haciéndolo con plena responsabilidad. El buen discernimiento es signo de madurez humana y libertad, y ayuda a la toma responsable de decisiones importantes. Una madre que ha abrazado conscientemente su maternidad, se siente plenamente libre cuando ha de levantarse varias veces en la noche para atender al pequeño hijo, necesitado de sus cuidados. Ella es libre para amar, y esa libertad, a pesar del sacrificio que implica, la hace sentirse feliz. Ama, y haz lo que quieras, decía San Agustín, seguro como él estaba de que la persona que ama en serio, jamás hará algo que perjudique a los demás o a sí misma. Por eso, amor y libertad son inseparables: el amor es hijo de la libertad (E. Fromm).

Pero hay algo más: la ética conduce a la felicidad. ¿Qué es la felicidad? Es el objetivo principal del ser humano; el fin de la conducta humana es la felicidad. En el fondo, todo lo que hacemos y emprendemos, aunque no lo pensemos explícitamente cada vez, lo hacemos para llegar a ser felices. Muchos confunden la felicidad con la obtención rápida del logro y del éxito; la felicidad así entendida sería incompatible con el sacrificio y el esfuerzo, y sería imposible lograrla cada vez que la gratificación se viera aplazada o postergada para otro momento. La sociedad de hoy con sus propagandas de un mundo liviano, hueco, lleno de éxitos fáciles que se lograrían en un abrir y cerrar de ojos, estaría contribuyendo a ese error. Es fácil que muchos jóvenes piensen que si algo cuesta esfuerzo y sacrificio, eso es ya un impedimento para la felicidad.
Otra creencia muy común hoy día es la de confundir la felicidad con el placer. La felicidad sería en este caso un producto que se puede lograr fácilmente con sólo dejarse llevar de los impulsos y deseos del momento. Todo lo que fuera autocontrol, dominio de la voluntad, poner atención a determinados valores, ajustarse a ciertos principios superiores, postergación de los deseos para otro momento más adecuado y apropiado, podría parecer atentatorio a la felicidad. Si la felicidad se equipara al placer, sucederá también que muchos creerán que pueden comprarla con dinero , algo muy de acuerdo con la cultura consumista que nos envuelve.
Sin embargo la felicidad verdadera es mucho más que el placer. Estamos hartos de ver personas que gracias a su dinero no se privan de nada, que obtienen todos los placeres deseados, pero que llevan una vida bastante amargada y poco feliz. La felicidad, repito, aunque no se opone al placer, es mucho más que este. La felicidad tiene que ver con el sentido que encontremos a los grandes misterios de la existencia humana: el trabajo, los sentimientos, el amor, la vida, la muerte, la belleza, la alegría, el sufrimiento y el dolor, los conflictos en nuestras relaciones humanas especialmente con los seres queridos, la capacidad de compartir.
Es feliz la persona que ha encontrado sentido pleno a su vida, que es fiel a su vocación, que sigue los indicativos de sus carismas, cualidades, aptitudes y capacidades, y que no pierde el sentido de la vida a pesar de las incomodidades, dificultades, y aun el sufrimiento. Es feliz la persona capaz de ser constructora de vida nueva, que es creativa, que conserva la suficiente lucidez mental para el buen discernimiento aun en momentos turbulentos de la vida, que jamás se siente abatida, que ve el lado positivo de las personas y las cosas, y que se levanta cada vez que cae.
Naturalmente que la felicidad absoluta no existe; cuando hablamos de felicidad humana, ya sabemos que se trata de algo relativo, puesto que todo lo humano es imperfecto. Lo interesante es que la persona sea feliz porque se siente feliz, porque se empeña en serlo, y porque ella construye su propia felicidad. Es feliz la persona que construye un mundo donde la belleza, los gestos de delicadeza, el arte, la alegría, el gozo y el placer sean posibles para todos . Y esto tiene mucho que ver con la ética de la vida, con el actuar bien en cada momento de nuestra historia. Sería bien distinta la vida si todos la viviéramos en forma más ética y valórica.
Construir una ética de la vida.
El criterio fundamental para una ética que abarque todos los aspectos de la vida es el que se refiere a la dignidad de la persona humana. Todo aquello que favorezca el desarrollo de la dignidad de la persona, será bueno; y al contrario, todo aquello que atente contra esta dignidad será malo. Y esto es así en el acontecer de cada día, y en cualquier lugar donde se encuentre una persona. Quien carezca de una exquisita formación valórica desde la infancia, es muy fácil que, sin casi darse cuenta, ofenda frecuentemente su propia dignidad y la de los demás, especialmente de las personas más cercanas.

La construcción de una ética para la vida de cada día pasa por la actitud de solidaridad y autoestima. La solidaridad verdadera consiste en poner amor en la vida de todos los días. Sólo puede ser verdaderamente solidaria una persona que ha llegado a adquirir un adecuado nivel de autoestima y asertividad. Nadie puede amar a otro si no experimenta el amor a sí mismo (que nada tiene que ver con egoísmo), y nadie puede estimar a otro si no experimenta primero la necesaria dosis de autoestima; igual que nadie puede respetar la dignidad de los demás si no sabe defender la propia dignidad.

La solidaridad auténtica produce en el solidario sentimientos de felicidad y alegría porque el solidario se siente feliz haciendo felices a los demás:
Dormía, y soñaba que la vida no era sino alegría. Me desperté, y vi que la vida no era sino servicio. Serví, y vi que el servicio era alegría. (Rabindranath Tagore).
Construir una ética para la vida significa vivir la vida de cada día en actitud de generosidad. Es una actitud que se practica en hechos cotidianos, sencillos, no ruidosos, pero que están llenos de delicadeza y significado. Es la vida de los gestos bonitos, que valen más que las palabras; se trata de una actitud de buena educación que brota no de manuales de cortesía externa sino de la profundidad de un corazón tierno y amoroso, porque el amor está en la base de toda ética. Por eso San Pablo, el hombre que vivió intensa y éticamente la vida de cada día nos dice que:
El amor es paciente, es afable; el amor no tiene envidia, no se jacta ni se engríe, no es mal educado ni busca el propio interés, no se exaspera ni lleva cuentas del mal, no simpatiza con la injusticia, simpatiza con la verdad. Disculpa siempre, confía siempre, aguanta siempre. El amor no falla nunca. (1 Cor. 13, 4 s.).
Este tipo de ética nos lleva a una cercanía humana que va más allá del contacto físico y de la ayuda económica, y que se expresa en una necesidad imperiosa de actuar, de no quedarnos inmóviles e insensibles ante el dolor ajeno. Es sentir en el corazón y en la piel, en todo nuestro ser, que necesitamos a los demás, y que los demás nos necesitan a nosotros. Nos lleva a una relación fraternal que se expresa en un servicio que no es asistencialismo, en una ayuda que no ofende; un servicio hecho de respeto y delicadeza hacia el otro. Es un servicio que nos acerca al otro, conocido o desconocido, diciéndole: cuenta conmigo, estoy contigo.

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